Diez chicas esperan impacientes para entrar al probador de una conocida tienda de fast-fashion del centro de Madrid. Son las siete y media de un sábado primaveral, hora punta para las compras de fin de semana. Soportan el calor agobiante en la cola y sostienen varias prendas de ropa colgadas del brazo. “No sé para qué voy a entrar, si seguro que nada me queda bien”, dice una de ellas. …